Desde la edición 13 de la Revista Fibra, destacamos la entrevista realizada por Ximena Torres Cautivo al tenista Marcelo Ríos, cuando aún no se retiraba y buscaba retornar al circuito profesional.
Fue una hernia discal la que se interpuso entre el Chino y su talento deportivo. Un disco que se endureció en su columna y le fregó todo el sistema. Ahora, convaleciente de la operación con que aspira a quedar en condiciones de seguir jugando el 2004, anda a patadas con la perra o con quien se le cruce por el camino. esta entrevista fue hecha en la víspera de ese almuerzo fatídico en el Liguria que terminó con el ex top one cocido como huasca, detenido y requerido por la justicia militar.
Muéstrame tu tajo –le digo, yendo directo al grano. Y Marcelo Andrés Ríos Mayorga, obediente, se da vuelta, se levanta la polera negra, se baja un poco el pantalón de buzo azul y muestra sus heridas de guerra ubicadas en la zona lumbar: en sus propias palabras, “ocho tajitos chiquititos, que me hicieron con láser, no con cuchillo, en una clínica en Tampa”.
Efectivamente, las huellas de la reciente intervención a la hernia discal que lo viene atormentando desde hace cinco años no tienen nada de dramático ni sangriento. Son apenas como unas picadas de pulga. Pero es evidente que allí, justo en la curva en que la espalda empieza a cambiar de nombre, radica la tragedia del Chino Ríos. El único tema que en verdad le importa y a ratos lo despoja de su proverbial parquedad. “Todos tienen hernias, pero la mía estaba con un principio de… cómo se dice…. artrosis. Era un dolor permanente y cuando se me agravaba tenía que dejar de jugar. Por eso decidí operarme en Estados Unidos porque allá lo hacen con láser, anestesia local y no hay que internarse. Ahora, de verdad, lo que más me preocupa es mi espalda”.
Cuando el fotógrafo le pide que se tienda y pose cual maja sobre una chaise longue, al Chino se le escapa un ay. “Antes me dolía a los dos costados, ahora me duele sólo el derecho”, dice, acomodándose con cuidado. No parece muy tolerante al dolor físico nuestro ex top one. Por eso sorprende el elaborado tatuaje que exhibe en su brazo izquierdo. “Es una tortuga tahitiana. Quería hacerme otra, pero dolía mucho”.
–¿Y qué representa la tortuga?
–El poder –responde, mirándonos con sus ojos chicos y verdes, y recordándonos a algún héroe de un cómic japonés.
El Chino no mira todo el rato a los ojos. Por eso, cuando lo hace, impresiona. La mayor parte del tiempo tiene la vista fija en un punto al frente y sólo ofrece su perfil. Uno puede extasiarse observando el afán con que masca su chicle color menta intenso. Lo mueve de allá para acá y de repente lo aprieta con la lengua contra sus labios gruesos. No hace globitos; de hecho no hizo ninguno durante la hora y media que nos concedió –incluyendo fotos–, pero habló todo el rato con la boca llena. Eso que de niños tanto nos enseñaron a no hacer, él lo hace olímpico.
Quizás porque pese a sus triunfos, a sus millones, a su fama, a su condición de marido y padre, el Chino sigue
siendo eso: un niño que masca chicle y quiere seguir jugando.
Ni 300 lucas al mes
–¿Por qué después de decir que te ibas a retirar decidiste continuar?
–Nunca dije que iba a dejar de jugar. Dije que no sabía lo que iba a hacer. Conversando el tema, mi señora me hizo abrir los ojos y entre todos decidimos que iba a seguir. Que iba a volver a jugar tenis.
–¿Eso por qué: por plata, por pasión, porque no sabes hacer otra cosa?
–En este momento porque no me quiero quedar con la sensación de no saber qué pasó conmigo. No sé si pueda lograr que me vaya bien o capaz me va mal, pero no quiero retirarme sin saber si me pudo ir bien.
–¿Y qué significaría que te fuera bien?
–Quedar tranquilo conmigo mismo. Sentir que traté de hacerlo lo mejor posible y no quedarme con la duda –responde con su tono monocorde y su falta de modulación característicos.
Varias veces le pregunto qué piensa hacer cuando decida que se le acabó la carrera de tenista profesional, quiebre que él estima sucede en promedio a los 32 años (el Chino cumple 28 el próximo 26 de diciembre). Y todas las veces, me responde lo mismo: “Mientras no encuentre algo que me motive como el tenis, no sé”. Otras tantas le insisto qué se imagina que podría haber hecho de no haber sido tenista, y replica subiendo los hombros con actitud de ni idea.
“Supongo que habría estudiado una carrera. No sé cuál”. De repente, se explaya: “Cuando yo empecé en el tenis, no
había tenistas, ni siquiera daban tenis en la tele, pero mis papás vivían al lado del Sport Francais. Yo creo que el tenis fue una escapatoria para no ir al colegio. Me cargaba el colegio”.
Se refiere al Santiago College, donde estuvo desde prekinder hasta primero medio y aprendió las bases de su segunda lengua, el inglés, que habla perfecto y escribe más o menos. “En el Santiago College pasé los peores años de mi vida. Nunca me gustó. En primero lo dejé y terminé la enseñanza media con exámenes libres, porque entremedio puro me dediqué al tenis”.
Claramente no es el Chino un tipo para salas de clases ni títulos académicos. “Soy muy inquieto”, afirma, por eso descarta la posibilidad de estudiar. Tampoco le entusiasma la idea de inventar algún negocio. “Mi papá maneja mis cosas. Y hacer algo sin ganar plata no me interesa”.
–Qué metalizado sonó eso.
–No es metalizado. Es que instalar un restaurante, estar todo el día metido en eso y ganar dos pesos, no me interesa.
–Tu suegro tiene una estupenda situación económica y un trabajo glamoroso…
–Sí, es productor de cine.
–¿Y ese mundo no te llama la atención?
–A mi señora le llama la atención. Ella estudia cine y televisión en Costa Rica, pero ahora decidió congelar la carrera para estar conmigo.
–En realidad, da lo mismo lo que hagas, porque eres un hombre rico. Supongo que puedes darte el lujo de vivir sin trabajar.
El comentario lo obliga a mirarme de frente, a dejar de mascar chicle y a precisar:
–Eso depende de lo que sea fortuna o riqueza para la gente.
–Para la gente que gana trescientas lucas al mes, por ejemplo, que es harta en este país. Para esa gente y para la mayoría, tú eres un potentado.
–¿Y cuánto creís que gano yo? En este momento yo no gano ni trescientas lucas porque no estoy jugando –dice, lleno de convicción, volviendo a estirar el chicle con la lengua.
–Oye, Chino, ¿no encuentras que estás medio despegado de la realidad? No poder subirte a una micro, de no poder salir a la calle sin que te reconozcan. ¿Qué te pasa con eso?
–Es que esa es mi forma de vida. Así lo tomo yo. Llevo años así y uno se acostumbra a todo. Yo me acostumbré a vivir así y no me imagino otra forma de vida.
Una mujer muy señorita
A decir verdad, la actual vida de Marcelo Ríos no parece demasiado excitante. Le pido que me describa un día suyo típico. “Voy dos veces al día al gimnasio. Almuerzo con mi familia, como con mi familia y de repente salimos por ahí a un restaurante… Mi mundo es muy familiar”, detalla, sentado en el amplio living del departamento del edificio con pinta de buque que se levantó hace unos años en Presidente Riesco.
Proyectado por Borja Huidobro, tiene fama de ser uno de los más caros de Santiago. Pero en este octavo piso con vista a los amplios prados del Club de Golf y a una fila de canchas de arcilla en primer plano justo al otro lado de la calle, el oneroso valor del metro cuadrado no luce demasiado. La decoración es como de habitación de hotel.
Dos grandes sofás blancos, con los cojines manchados con algo que parece jugo, mesas con bases de mármol, pinturas de grandes dimensiones, con motivos alegóricos. Llama la atención una con una especie de dios mitológico al que se le cayó al suelo el cuerno de la abundancia. Cero adornos, a no ser por una foto matrimonial del Chino y “mi señora” (durante toda la entrevista nunca la llamará por su nombre, Giuliana); otra de él con su guagua en brazos en un paisaje tropical, y cinco cóndores de bronce posados sobre una base que lleva la misma leyenda: “Premio al mejor deportista del año”.
–Este lugar no tiene mucho ambiente de casa.
–Es que no es casa; es departamento –dice, irónico, medio picado por la observación. Y agrega: “Tengo una casa en Chicureo y no la ocupo. Ahora me voy a hacer otra en Valle Escondido”.
Ya lo sabíamos. Mientras le tomaban fotos, vagamos por el departamento y encontramos los planos de esa casa desplegados sobre la mesa del comedor. Firmados por el arquitecto Christian De Grote, representan una enorme construcción, que por ahora quedó postergada. “Suspendí la obra, porque tengo la casa de Chicureo y no es momento para venderla sin perder plata. La de Valle Escondido es a mi pinta. La planeé con mi señora. Nos gustan las casas de techos altos y con no muchas cosas, de colores claros, muy blancas. La decoración es cuento de mi señora. A ella le gusta el tema y a mí me da lata, pero nuestros gustos son más o menos parecidos. En Costa Rica compramos un
departamento, lo adornó ella y quedó bien”.
Este del edificio-buque, en cambio, luce desangelado. En el comedor, además de los planos aludidos sobre la enorme mesa de vidrio, hay una silla alta Graco con rastros de colados, donde debe comer la Constancita, que ya tiene dos años y medio, y mañana vuela a Costa Rica con su mamá. Pero hoy ambas brillan por su ausencia. Tampoco hay servicio doméstico (“viene una nana puertas afuera”, comenta el dueño de casa), lo que explica las pegatinas en la puerta del refrigerador con teléfonos donde encargar comida hecha. Lo otro que abunda en la cocina son listados con programas de ejercicios y dosis de medicamentos.
A propósito de las ausentes, cuenta el Chino: “Mi señora pasa poco acá en Chile, pero cuando está en Santiago nos juntamos mucho con mis papás y mi hermana. Costa Rica es como un Miami chico, donde la vida es muy relajada y las playas bonitas, pero creo que las posibilidades de hacer algo en el futuro están más acá que allá y mi señora se da cuenta de eso y está dispuesta a vivir acá algún día”.
–Hasta que la muerte los separe…
–Lógico, por eso me casé. Mis papás llevan muchos años casados. O sea, es difícil, pero se puede. Aunque hasta ahora a mí me ha resultado bastante fácil.
–¿Qué ha pasado con el Chino bueno para el carrete o esa es pura mala fama?
–Hay mucha exageración, aunque reconozco que sí, soy bueno para el carrete. Y creo que ser buen padre de familia y esposo no impide carretear.
–¿Y tienes mucho éxito con las mujeres?
–No te voy a contestar esa pregunta.
–¿Por qué no?
–Porque soy un hombre casado –dice con un puritanismo infantil que parece talla, pero es en serio.
–Oye, pero yo soy casada y me encanta tener éxito con los hombres. No veo el conflicto entre una y otra cosa. ¿No será que en el fondo eres un celoso, preocupado de lo que hace tu mujer, que, además, es tan linda y joven?
}De nuevo deja de mascar chicle, me mira de frente con curiosidad y responde con aires de caballero
antiguo:
–Para nada. Sé que tengo una mujer muy señorita, la respeto mucho y creo que nuestra relación está mejor que nunca.
–¿Ser papá te cambió la vida?
–Me ha ayudado a instalarme, a dejar de andar de un lado para otro, a viajar menos. Hoy lo que más me preocupa es la seguridad de mi hija y de mi señora. Cuando ellas salen solas, estoy intranquilo y pendiente de dónde andan. Me da miedo el tema de los secuestros.
Así entramos de lleno en las paranoias del Chino…
Miedo a volar
Marcelo Ríos se ha pasado parte importante de su vida arriba de un avión o en tránsito en los aeropuertos, por eso se ha hecho consumidor de revistas y bestsellers. John Grisham es, como dice, “mi autor favorito”. Lo último que leyó de él fue El socio. Arriba de un avión, claro, porque en tierra no necesita de libros que le hagan olvidar que está volando.
–En los aviones siento miedo. Ahí arriba, cuando me toca tormenta o turbulencias, digo: “Diosito, cuídame”. Volar me asusta harto, más ahora que tengo familia y más después del atentado a las Torres Gemelas. Entonces yo estaba en Nueva York, jugando el U.S Open, y no quise volar a Eslovaquia, donde tenía que ir. Me vine a Chile. ¿Sabes? Estoy chato de viajar. Los hoteles, los aeropuertos, los aviones me tienen chato. Cada vez me cargan más…
–¿Qué sientes antes de un partido? ¿También te encomiendas y repites: “Diosito, cuídame”?
–No, cuando uno sabe lo que hace, no puede dar susto. Susto da cuando las cosas no dependen de ti. Siempre he tenido bastante seguridad. Gane o pierda, sé a lo que voy, así es que no siento temor. Ansiedad, un poco de nervios, eso sí.
–¿Y las últimas derrotas? ¿La mala racha del último tiempo? ¿Sentir que hay tantos que se sienten decepcionados de ti?
–Lo tomo con tranquilidad. Yo juego para mí. Sé que cuando pierdo mucha gente no está feliz, pero yo no estoy para hacer feliz a todo el mundo. Gane o pierda, es una cuestión mía, no de los demás.
–¿Has llorado con alguna derrota?
–Oye, si jugar tenis no es sufrimiento.
–Pero es pura intensidad. Yo he visto a los hinchas vibrar cuando tú logras un triunfo significativo. ¿Eso de ver a todo el país contigo no te emociona?
–No, me cago de la risa.
–¡Insensible! –le grito, porque tocaron el timbre y partió a abrir la puerta.
–No, es broma –aclara, de vuelta con una cuenta de luz en la mano. Agrega: –Lógicamente, es bonito que te apoyen. Yo siempre me he sentido apoyado por la gente.
–Como cuando le ganaste a Agassi y te convertiste en top one y Frei te invitó a La Moneda. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Era natural ir a La Moneda a ver al Presidente por un logro deportivo así. Pero, ¿sabís?, demasiado
serio el Presidente, cero onda. Si no me dejó ni hablar en La Moneda.
–¿Y qué querías decir?
–No sé qué quería decir, pero quería hablar y él no me dejó. Quizás pensó que le iba a quitar brillo, porque resulta que nadie había juntado tanta gente como yo frente a La Moneda, ningún político, menos él.
–¿Conoces a Lagos, el actual Presidente? ¿Tiene más onda que Frei?
–Creo que una vez me entregó un premio, pero en realidad no me acuerdo bien. Es que de política yo no sigo mucho. No distingo entre Frei y Lagos.
Tampoco se ubica en Santiago, más allá de su dominio de Vitacura y Las Condes. Afirma que de la Tierra lo único que le falta por conocer es la Luna: “Vale 10 millones de dólares el tour; me encantaría hacerlo”. Pero cuenta que ha ido sólo tres veces al centro, incluida su visita a La Moneda, y que, aunque algo cacha esas comunas, se perdería si lo dejaran en La Florida o Maipú. Su conexión con la realidad nacional la tiene a medias a través de los noticieros y es buen lector de diarios, asegura.
–¿Por dónde partes leyendo El Mercurio?
–No leo El Mercurio porque es muy largo. Leo La Tercera y parto por las páginas de deporte.
“Gonzalo Cáceres me llega”
Está claro que el Chino no es un intelectual. Basta con repasar sus aficiones: “Me gustan la ropa, los relojes y los autos deportivos”, dice, sin asco. “Me encanta todo tipo de ropa”, declara y yo, sin querer, contrasto su facha de ahora con el look de pingüinos albinos que usaron él y su papá el día que se casó con Giuliana Sotela.
–No eres como el Bam Bam Zamorano al que le gustan los trajes Armani.
–No, poh, eso sí que es de picante, andar con la cuestión Armani o la cartera Louis Vouitton.
–Tú, nada con el look de futbolista…
–No, no es el mío. Esta polera es de marca, pero también tengo montones compradas en negocios todo a mil. Tengo mucha, mucha ropa y la uso toda. No boto nada.
–¿Y con qué te lavas el pelo?
Me mira con cara de no puedo creer lo que me estás preguntando, pero, risueño, responde:
–Con lo primero que tenga a mano.
–¿Y esa cadena que tienes en el cuello?
–Me la regaló mi señora –dice, tocando los eslabones anchos y aplastados de algo que parece acero inoxidable–. Yo no soy mucho de collares; a lo más uso mi arito en la oreja. Lo que de verdad me gustan son los relojes. Los Rolex. Tengo uno modelo Daytona, muy difícil de encontrar. Me gusta andar con buen reloj.
–¿Auto?
–No tengo ni uno. En serio. Me gustan los deportivos, pero no los compro porque, primero, es demasiado caro traerlos a Chile; segundo, no los ocupo porque me lo paso viajando; y tercero, tengo miedo a que me pase algo.
–Eso es cuestión de medirse. ¿Hasta cuánto puedes llegar a correr?
–Sobre 220 kilómetros por hora. Yo tuve un Corvette, un Corvette gris. Y rajaba por la carretera, por la Kennedy.
–Y cómo es tu relación con la autoridad. Cuando vas a 220, ¿los carabineros te reconocen y te dejan pasar?
–A veces, depende del paco. Camino a Viña me han parado harto. Una vez me sacaron un parte. Tuve que ir a Los Vilos a pagarlo.
–¿Una vez de cuántas que te han parado?
–Una de diez, ponte tú. Pero depende del paco. Si te toca paco pesado, cagaste.
–A ver, repasemos otras ventajas de la fama, de ser un héroe nacional. Una sería que no te pasan partes.
–Esa no es una ventaja. Yo creo que cuando no te pasan el parte la fama te juega en contra, porque cuando uno tiene esas ventajas se relaja y mete chala y raja a 200 por hora y puede sacarse la cresta y matarse.
¿Veís que a la larga puede ser una desventaja? –me pregunta, y al día siguiente, al enterarme de su incidente de curado, su frase me parece todavía más potente. Supongo que en el fondo de su corazón debe agradecer que entre guardias y carabineros le hayan parado el carro, y hasta estar querellado por la justicia militar puede que le parezca una bendición.
Es desconcertante este Chino Ríos. Como un James Dean al revés. A veces es demasiado cabro chico, un enano de esos que se mantienen a puro Ritalín; otras responde como si viniera de vuelta, con una suerte de milenaria sabiduría asiática, quizás por osmosis con su apodo; otras se pone bien siútico, como caballero a la antigua; y otras, las mejores, uno descubre un fondo de ironía en sus ojos que hablan de un tipo que no se cree ni un cuento.
–¿Qué vas a hacer ahora cuando se vayan tu mujer y tu hija? ¿Portarte mal? ¿O salir con tus amigos en plan ver una película?
–Sólo los maricones van al cine con amigos –dice, lleno de convicción, dejándonos convencidas de que es homofóbico.
Pero no. Cuando le preguntamos qué figura de la extensa fauna nacional le llama la atención, incluyendo políticos, animadores, cantantes, deportistas, no vacila. Responde:
–Hay uno que me da risa, que me llama la atención y me parece chistoso. En realidad, cuando sale, no puedo parar de reírme.
–¿Quién?
–Gonzalo Cáceres. No puedo creer que exista alguien así, que salga en la tele como sale él, que hable como habla, que use esos zapatos de taco. Lo hallo demasiado cara de raja.
–¿Eso te parece admirable?
–Me parece chistoso, chistoso. Me da risa. Y me da un poco de vergüenza ajena. Oye, no es que tenga algo en contra de él. No tengo nada contra los maricones. No me caen mal. Es más, me gusta conversar con ellos, pero ver a un gallo como Gonzalo Cáceres en la tele, me llega.
–¿Nunca se te ha acercado un gay en plan de seducirte?
–Eso no te lo puedo responder.
–Ya sé: eres un hombre casado.
–Justamente.
AUTÓGRAFOS Y ENTREVISTAS
–Cuando estoy comiendo en un restaurante y alguien se me acerca a pedirme un autógrafo, me carga. O cuando vengo saliendo de la clínica, recién operado. Y más me carga que si uno dice que no, que no es el momento, te hallen pesado.
Lo otro que le carga son las biografías no autorizadas. “Como la de esas gallas”, dice, aludiendo a “Marcelo Ríos en la gloria y el revés”, escrita por las periodistas Carolina García-Huidobro y María Olivia Browne.
–Esas gallas no me cumplieron y, aparte de los pedazos que no eran verdad en su libro, se fueron por el lado del chisme, tomando las opiniones que otra gente daba de mí. Eso no es una biografía sobre mí, ni menos la historia que quisiera que mi hija leyera sobre su papá. Es sólo el libro copuchento de esas gallas. Y ahora anda un chanta por ahí diciendo que va a escribir mi vida con cuestiones de mi infancia y otros cuentos desconocidos.
–¿Te refieres al libro que se llamaría El extraño del pelo largo?
–Sí, a ese, que es de un chanta que no tiene idea de mí. El único que podría contar mi vida sería yo, y hacerlo me da lata, más cuando tuve que leer el libro entero de esas gallas. Además, en este momento de mi vida no tengo nada que contar.
–Por eso te cargan las entrevistas.
–A mí no me cargan las entrevistas, me carga que me pregunten estupideces.
–¿Yo te he preguntado muchas estupideces?
–No –dice, educado. Y luego se le asoma el cabro chico y pregunta: “¿Cuántas páginas de la revista
me van a dar”.