(1998) El triunfo de Marcelo Ríos nos ha emocionado y energizado de Arica a Punta Arenas. Su victoria –y su ascenso al número uno– ha revivido, además, viejas esperanzas de poder ser un país de campeones. “Ahora sólo falta que a Chile le vaya bien en el Mundial…”, decían algunas personas el día del partido, como sugiriendo que ahora empezaba una nueva era en la imagen que tenemos de nuestra nación, al menos en materia deportiva. Por una parte, tanto optimismo parece un buen antídoto contra ciertos aires derrotistas y depresivos que a veces nos inundan cuando nuestros ídolos están de baja. Sin embargo, hay que poner, de alguna manera, las cosas en su lugar, si no queremos seguir viviendo en la rutina de un país maniaco-depresivo, como sentenció un economista.
Más que necesario resulta celebrar la victoria del Chino, que es histórica y más que merecida. Pero se ha empezado a desatar una especie de oportunismo emocional, en el que las anteriores características de Marcelo Ríos que eran criticadas se han transformado de súbito en fortalezas. Si antes su carácter poco comunicativo y su poca sociabilidad eran duramente cuestionadas, ahora hay gente que lo encuentra sinónimo de concentración y seriedad. Su “no estar ni ahí” emblemático, incluso, ahora es visto como temple y fortaleza interior. Todo esto se da ahora que es el rey del tenis, pero la idea no es ésa, sino guardar fidelidad hacia los ires y veni-res de las carreras de estos deportistas, y entender su camino hacia el éxito, que no es lineal. El Chino es cómo es y es patológico encontrarle sólo virtudes cuando gana y puros defectos cuando pierde. Porque su enorme proeza no tiene sólo que ver con el partido del domingo, sino con una vida entera dedicada al tenis.
La gran hazaña de Marcelo Ríos tiene que ver con superar mil y un obstáculos, que incluían pronósticos tajantes de que no llegaría ni a ser número 50, y construir una carrera sólida raquetazo a raquetazo. Su gran logro es perseverar en el tiempo, y entender que sólo en el largo plazo están las recompensas. Su gran mérito es no tomarse demasiado en serio los halagos ni tampoco las críticas. Su gran batalla fue aprender a tolerar la frustración, y a no desesperarse ni enojarse cuando las cosas no resultaban como esperaba. Su gran valor es no haber desdibujado nunca su personalidad y haber sido siempre fiel a sí mismo. La gran lección de su carrera hacia el top one es que para ganar primero hay que perder el miedo a perder. Una gran lección para el país de los jaguares.
Editorial de Revista Caras en 1998